martes, 15 de diciembre de 2015

El legado de las brujas. Capítulo 5



EN EL BOSQUE

Ismael terminó de cavar un profundo hoyo junto a los resquicios de la casa, después, cargó el cuerpo sin vida de Morgana y lo depositó cuidadosamente en la tumba improvisada. Había pasado más tiempo con esa mujer y con Helena, que con su propia familia. ¿Qué monstruo habitaba en el interior de su padre? ¿Qué le había empujado a realizar todas aquellas barbaridades? No era el mismo hombre que le había criado de pequeño o eso no era lo que Ismael recordaba. ¿Cuánto tiempo habría estado ocultando su verdadera identidad y por qué no se había dado cuenta antes? La culpa torturaba a Ismael, él fue quien vio aquella noche a la joven Helena bajo la lluvia en el bosque, y por él se detuvo el carruaje, la misma noche en la que conoció a Morgana y sus destinos se cruzaron para siempre.  Quizás, si no hubiese dicho nada, si no hubiese detenido el carruaje y socorrido a Helena,  Morgana seguiría con vida y Helena estaría a salvo.

Ismael: ¡Helena!

Estaba claro que él solo no podría enfrentarse a su padre y a toda la guardia, necesitaba ayuda y sabía dónde encontrarla. Recordó que Tristán les estaría esperando preocupado en “La posada de las Águilas” y puso rumbo hacia aquél lugar, aun tardaría bastante en llegar a su encuentro y en ese tiempo, quién sabe lo que estaría sufriendo su hermana Helena.

EN LAS MAZMORRAS

Helena: ¡Basta ya! ¿Por qué haces esto? Por favor, detente.
Gobernador: Querida Helena, dime lo que quiero saber y acabaré con tu sufrimiento. ¿Quién más sabe que soy tu padre? ¿Le dijiste algo a Ismael? ¡CONTESTA!

El gobernador le arrojó otro cubo de agua helada a Helena, y ésta comenzó a tiritar debido a la hipotermia que se cernía sobre ella.
 
Helena: No sabe nada. ¡Déjale en paz!

Uno tras otro, los cubos de agua seguían empapando a la joven,  que permaneció así durante varias horas, sin descanso.

El gobernador: Hablarás y yo terminaré con esta tortura. Te soltaría, pero nadie puede saber que soy el padre de una abominación como tú. Ismael es mi único hijo y tú… -Acariciando con el dorso de la mano la mejilla de Helena, para después golpearla tan fuerte como sus fuerzas le permitían.-… Tú fuiste un error que pronto subsanaré. Dentro de poco te encontrarás con esa bruja que te ocultó de mí todo este tiempo.
Helena: ¡Nooo! ¡Morgana, no!

Helena terminó perdiendo el conocimiento, hacia un mundo en el que la tortura era un vago recuerdo y el gobernador, aprovechó para hacer un descanso de su labor. De nada le servía la joven bruja en ese estado.

El gobernador se limpió las manos en una pila de agua bendita que tenía sobre una vieja mesa de madera, próxima a la puerta. Mientras, observaba el cuerpo de la bruja colgado del techo por unos grilletes, sus pies ya no luchaban por mantener el equilibrio de puntillas, tan solo reposaban sobre el frío y encharcado  suelo de piedra de la mazmorra. El agua acumulada, se deslizaba hasta una esquina de la sala en la que había un agujero y allí se mezclaba con la sangre que desprendían las heridas de la bruja, antes de formar un remolino que desaparecía por el desagüe. El gobernador, observó cada centímetro libre de sangre en el rostro de Helena y recordó a Sarah. Lástima que la inquisición tomase cartas en el asunto tan pronto, esos meses fueron los mejores de su vida y ahora ante él, se encontraba la copia barata de aquella mujer, la culpable de haber perdido al ser más perfecto que había poseído, aquella bruja que por fin le había devuelto las ganas de vivir.

Entonces, se sobresaltó al escuchar una especie de chirrido. Miró en la dirección del estridente sonido, cerca del agujero y vio una rata de medidas considerables, corretear por las esquinas de la mazmorra.

Gobernador: ¡Qué aproveche, rata asquerosa! Solo espero que no termines muy pronto con la bruja o tendré que asarte para cenar. Dejemos que sufra un poco más, pero no demasiado. –Y entonces salió de la estancia, arrojando al suelo el trapo manchado de sangre con el que se había secado las manos.-

POSADA DE LAS ÁGUILAS

Tristán llevaba varias horas allí sentado y se temía lo peor. En varias ocasiones se había dispuesto a regresar, deshaciendo el camino andado para correr a su encuentro. Decidido y con paso firme, había llegado hasta la puerta de la posada y con la misma decisión, había desechando esa idea por temor a que su falta de paciencia, hiciese pagar a Helena por su error. Por lo que el joven Tristán regresaba a su mesa y daba vueltas a la pinta de cerveza que sostenía entre sus manos, una y otra vez, aquella pinta que había dejado de ser apetecible, mucho tiempo atrás.

De pronto, la puerta de la posada se abrió de golpe e Ismael entró como un huracán, arrasando con todo a su paso. Al principio, Tristán al ver a su nuevo amigo, sonrió lleno de júbilo, pero la alegría fue efímera al descubrir que el hermano de Helena llegaba solo, con la ropa llena de hollín y el pelo alborotado por el sudor.

Tristán: ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está Helena? ¿Y Morgana?

Ismael se sentó a la mesa y le arrebató la cerveza de las manos a Tristán, después, se la bebió de un trago sin apenas respirar. Tenía la garganta tan reseca, que las palabras que emitía se clavaban en su garganta como cuchillos afilados.

Ismael: Morgana está muerta, yo mismo la enterré. Antes de morir me dijo algo, mi padre se ha llevado a Helena. Supuse que tú sabrías dónde empezar a buscarla, porque yo lo desconozco. Jamás supe de las atrocidades de mi padre, lo mantuvo bien oculto todos estos años. ¡Debemos encontrarla! ¡Ayúdame, te lo suplico!

Tristán: Claro que lo haré. Amo a Helena y creo que se dónde puede estar, en las mazmorras. Al gobernador le encanta torturar a la gente allí, es su mayor entretenimiento.

Ismael: ¿Y si ha matado a Helena? Yo…. No puedo matarle… ¡Es mi padre!
Tristán: Gracias a los cielos, que yo no tengo la desgracia de ser su hijo. Acabaré con él si le ha tocado un solo pelo de la cabeza a Helena, lo juro.

Ambos jóvenes se marcharían de la posada a caballo, Tristán había robado dos corceles blancos en un pueblo cercano, para que pudiesen huir los cuatro, pero en lugar de tomar el camino que les llevaría a la libertad, escogieron el que les llevaría a una muerte segura. Esa noche, la sangre correría en aquella mazmorra y Tristán tenía muy claro que no sería la suya.

Cuando subieron a lomos de los caballos, escucharon el sonido de un ave que revoloteaba sobre sus cabezas y al alzar la vista, vieron a una lechuza que parecía sobrevolarles para captar su atención.


Ismael: ¡Niebla!
Tristán: ¿Quién?
Ismael: Es la madre de Helena. ¡Sigámosla!
Tristán: ¿La madre? No entiendo nada. ¡ARRE!

RESIDENCIA DEL GOBERNADOR

Gobernador: Buenas noches, querida. ¿Todo bien? ¿Dónde está nuestro hijo?
Dama: Creo que está con los muchachos del pueblo en alguna posada. ¿Le requieres para algo en concreto?
Gobernador: No, era mera curiosidad. Esta noche estaré ocupado, no me esperes levantada.
Dama: Como gustes. Espero que los quehaceres que te reclaman se subsanen lo antes posible.

El gobernador besó la frente de su esposa y salió de nuevo, camino a las mazmorras. La bruja pronto confesaría y al fin podría acabar con ella y con el recuerdo de aquella mujer de cabellos dorados y ojos azules, en los que se veía reflejado cada vez que miraba fíjamente a Helena.

La dama vio marchar a su marido, aquél al que había servido tanto tiempo incondicionalmente y no pudo contener las lágrimas. Estaba entre la espada y la pared, su marido, al que había jurado lealtad ante los ojos de Dios o su hijo, sangre de su sangre y la persona que más quería en el mundo. Tarde o temprano, esa misma noche, tendría que hacer su elección. ¿Cuál sería?
EN EL BOSQUE

La gente se agolpaba alrededor de los restos de la casa de Morgana. Las llamas no solo habían destrozado la cabaña, también habían acabado con sus sueños y esperanzas. Aquella anciana que esperaba su remedio matinal contra el reuma y que ya no llegaría jamás. La madre que portaba en sus viejos y cansados brazos al niño febril y apagado, que apunto estaba de perder la batalla contra la escarlatina. La joven despechada que había perdido las ganas de vivir. En ese momento, se dieron cuenta que las brujas que tanto les habían ayudado con remedios caseros y consejos certeros, ya no volverían nunca más. ¿A quién pedirían consejo? ¿A quién acudirían si alguien enfermaba de gravedad? ¿Quién les ayudaría a que sus cosechas fuesen las más prósperas del lugar? La respuesta estaba tan clara que NADIE tuvo el valor de pronunciarla en voz alta, por lo que se marcharon arrastrando los pies por donde habían llegado, con el temor de afrontar la vida como al principio, en soledad. 
EN LAS MAZMORRAS

Helena sintió como algo le mordisqueaba los pies, abrió los ojos y pudo ver un montón de ratas que intentaban devorarla viva. Comenzó a agitarse hasta espantar a las ratas y por fin pudo ver que tenía los pies llenos de mordiscos y sangre. La sangre no dejaba de brotar y apenas sentía los brazos, después de llevar tanto tiempo de ellos colgada. Sus labios morados por el frío, cubrían ligeramente unos dientes chirriantes que se acompasaban con el tiritar de sus músculos aturdidos. En ese momento no pudo más y dejó escapar un grito desgarrador, justo al tiempo que el gobernador entraba por la puerta.

Gobernador: Veo que ni las ratas aprecian tu sangre, sangre de bruja.

El gobernador se acercó a ella y permaneció impasible a pocos centímetros de la joven.

Helena: Mucho desprecias mi sangre, pero no te importó mezclarte con una bruja para engendrarme, padre. – Y lanzó un escupitajo lleno de sangre que fue a parar al rostro del gobernador.-


Gobernador: No tendrías que haber nacido, tendrían que haberla quemado en la hoguera mucho antes, pero la inquisición y sus juicios. En el fondo son unos blandos. –Alzando la mano para golpear a Helena, nuevamente.-

De pronto, una lechuza entró volando por una de las altas ventanas de la mazmorra y se lanzó en picado contra el gobernador, que reaccionó alzando las manos para protegerse la cara. Justo en ese momento, la puerta de la mazmorra se abrió de golpe y Tristán, espada en mano, entró y apuntó al gobernador. 

Tristán: Suéltala, te lo ordeno.
Gobernador: ¿Tú y quién más?
Ismael: ¡Yo!
Gobernador: ¿Ismael? ¿Qué haces con este traidor?
Ismael: Rescatar a mi hermana de las garras del monstruo que tengo por padre. ¿Cómo has podido? No puedo comprenderlo. ¡Siempre fuiste mi héroe!
Gobernador: Y lo soy, hijo. No creas nada de lo que te hayan dicho, siempre seré tu héroe, soy tu padre.
Ismael: Puede que seas mi padre, pero también eres el suyo y mira lo que le has hecho. Los héroes salvan a las personas, tú me lo enseñaste.
Gobernador: Estoy salvando su alma, es una abominación.
Ismael: Aquí la única abominación que veo eres tú.
 
Gobernador: Eso quiere decir, que si no estás conmigo, estás contra mí.

Ismael agachó la cabeza avergonzado, por las terribles cosas que sabía ahora de su padre. Había tomado su decisión, el mundo estaría mucho mejor sin él, pero no podría empuñar un arma contra él. Por suerte, Tristán no tenía el mismo problema, apretaba su espada contra la yugular del gobernador y cada vez lo hacía con más ganas.

Tristán: Con gusto le mandaré al infierno, que es donde debe estar.
Helena: ¡NO!
Ismael: ¿Por qué? ¿No has visto todo lo que ha hecho? Esto debe acabar.
Helena: No lo hagas Tristán, por mí. No lo hagas.

Ismael se acercó a Helena y le quitó los grilletes, sujetándola antes que cayes al suelo. La cogió en brazos y le preguntó por qué debían tener piedad con un ser tan rastrero.

Sarah: Porque hasta el monstruo más salvaje tiene una gota de bondad en su interior y solo por eso debe ser perdonado. Si le quitas la vida, no serás mejor que él
Helena: ¡Madre

La lechuza que había atacado al gobernador había sido Niebla, que tras ese primer contacto, había volado hasta un rincón donde había tomado su forma humana, el de la madre de Helena.

Gobernador: No es posible. Tú… eres….
Sarah: ¿Un espíritu? Sí.
Tristán: ¿Por qué ha de vivir después de lo que os hizo?

Sarah se acercó al joven que seguía empuñando la espada contra el gobernador y le pasó la mano por la cara sin rozarle.

Sarah: Ya no hará falta seguir apuntándole, puedes bajar el arma. Veo a través de tus ojos un amor muy grande hacia mi pequeña. El amor más puro y sublime que puede haber. He de pedirte una cosa, cuida bien de mi Helena y de las futuras brujas que engendraréis juntos, ellas serán mi legado.


Después se acercó a Ismael, que seguía cargando con Helena en sus brazos.

Sarah: Querido Ismael, tú eres la única familia que le queda a Helena. Has sido más que un hermano para ella todos estos años y has demostrado ser un hombre justo y bondadoso, no pierdas el rumbo, no eres como tu padre, tú serás un gran líder, lo sé.


Después se dirigió a Helena, que tenía los ojos empañados en lágrimas.

Sarah: Mi pequeño tesoro, no puedo estar más orgullosa de ti. Con todo lo que has pasado, la oscuridad tentó tu corazón y fuiste lo suficientemente fuerte como para rechazarla. Sé que te convertirás en una gran bruja y una gran mujer. No dejes que nada ni nadie te cambie, eres una luchadora y siempre lo serás. Vive, sé feliz y transmite tus conocimientos, la magia perdurará generación tras generación gracias al linaje de la sangre, nuestra sangre. ¡Te quiero, mi pequeño tesoro! Es hora de despedirse, marcharos lejos y tened una vida plena, yo me encargo de todo esto.

Helena: ¿Pero… te volveré a ver?

Sarah: Claro que sí, pequeña. Siempre estaré velando por ti, no lo dudes nunca. Ahora marcharos.

Los tres jóvenes marcharon rumbo a tierras lejanas, allí vivirían felices para el resto de sus vidas, pero esa es otra historia que ha de ser contada en otro momento.

Sarah se acercó al gobernador que seguía inmóvil, como si aún sintiese el filo de la espada clavada en su garganta.

Gobernador: No puedo creer que estés aquí.
Sarah: Pues deberías, por tu culpa es. Me destrozaste la vida, al igual que se lo hiciste a mucha más gente. ¿Por qué?
Gobernador: Yo… ¿Vas a matarme?
Sarah: Claro que no, vengo a perdonarte.
Gobernador: No lo entiendo.
Sarah: Para las brujas, toda vida es valiosa, es un regalo de los Dioses. Cada uno tenemos una misión que cumplir antes de abandonar este mundo. Mi misión fue dar a luz a la bruja que cambiaría la historia, aquella por la que las cazas de brujas llegarían a su fin. Pregúntate algo. ¿Cuál es tu misión?

Entonces Sarah desapareció entre luces blancas y un pequeño remolino de aire, dando lugar a la lechuza que alzó el vuelo y se marchó por una de las ventanas de lo alto de la estancia.

Gobernador: Misión. ¿Qué misión?
Dama: Enmendar tus errores, en la medida en que sean posibles. El infierno nos espera, querido, pero puedes intentar saldar tus cuentas antes de visitar al barquero, al igual que estoy haciendo yo.
Gobernador: ¿Qué haces aquí?
Dama: Todo este tiempo me hice la sorda y ciega. No quería ver lo que hacías, pensaba que si no lo veía con mis propios ojos no sería real. Pude haberlo evitado y le di la espalda al problema. Tanto tú como yo, terminaremos en el infierno por nuestros pecados, es hora que empecemos a hacer las cosas bien, como debe ser.
Gobernador: ¿Juntos?
Dama: Siempre juntos.


Poco tiempo después, el gobernador liberó al pueblo de la inquisición, convenciéndoles de haber aniquilado a todas las brujas por aquellos lares y debido a esto, se marcharon para no regresar nunca más. A partir de entonces, el pueblo se convirtió en el refugio de todas aquellas brujas que huían de una muerte segura. Poco a poco la inquisición fue desapareciendo y las nuevas generaciones de brujas permanecieron ocultas, por temor a revivir aquella época.

Muchos años más tarde, un británico encontró un pequeño diario, en el que pudo leer algunos de los conocimientos más importantes de una antigua y poderosa bruja. Ese hombre, tradujo los textos de aquél pequeño diario y dedicó la mayor parte de su vida a buscar muchas de esas maravillas ocultas, traducirlas y enseñárselas a las nuevas generaciones de brujas, que cansadas de permanecer durante tanto tiempo en las sombras, decidieron abrir las alas a un nuevo mundo, el mundo de la magia. Ese hombre siempre será recordado como el padre de la brujería moderna, ya que gracias a él, se recuperaron muchos de los conocimientos perdidos, por culpa de la inquisición. 

Ese hombre Gerald Gardner se llamó y gracias a su atrevimiento, la wicca floreció.

DESDE EL CIELO
Morgana: ¿Sabes? Creo que no ha quedado mal nuestra historia. La mujer que me interpreta siempre me ha gustado, tiene mucha clase.
Sarah: Es cierto, creo que ha sido bastante fiel a los hechos, pese a no haber estado presente. 
Helena: ¿Para cuando la próxima historia? ¿Contará algún día lo que pasó después? Cuando me casé o quizás el momento en que enseñé a mis hijas a ser brujas. Ya tengo ganas de leerlo.
Sarah: Tiempo al tiempo, queridas. No adelantemos acontecimientos. Tiempo al tiempo.


FIN

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